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Colecho

Ezequiel Martinez Wagner

8 de jul de 2022

Mati no quiere dormir solo. Algo lo tiene intranquilo, y motivos no le faltan. Microrrelato de terror n° 8 de "La Casa"

Colecho


Me despertó cuando lo sentí acurrucarse a mi lado, y lo abracé para que no tuviera miedo. Estaba helado el enano, seguro había chupado frío. Eran algo así como las dos de la mañana y no se podía ver nada. No sé si era que estaba muy dormido o si la noche era demasiado cerrada, pero entendí que Mati podía tener motivos para estar temblando como lo estaba haciendo.


– Tranquilo, gordo, ya está.

– Sí – dijo temblando y lo apretujé contra mi pecho –. Es que extraño a mami.

Suspiré y asentí lentamente, mirando el oscuro techo que se cernía sobre nuestras cabezas.

– Yo también la extraño, gordo. Yo también – y revolví su cabellera con suavidad.

Aguardé a que se quedara dormido para volverlo a pasar a su cama, cuando un ruido quebró la noche. Mati se estremeció sin llegar a despertarse del todo. Era mi teléfono. Me lo había dejado en el comedor. Pero no tenía por qué estar sonando a las dos de la mañana.

Me libré del abrazo de mi hijo cuando llegué a la puerta de mi habitación y lo escuché hablarme.

– No te vayas.

La pieza seguía tan oscura como al principio, apenas si pude divisar su silueta incorporada hablándome.

– Ya vuelvo. Vos quedate acá.

Y emprendí camino al comedor haciendo crujir todas y cada una de las maderas del parquet. El teléfono seguía sonando raudo en la planta baja. Bajé las escaleras lo más rápido que pude y llegué a la mesada donde lo había dejado. Atendí sin siquiera ver quién era.

– ¿Hola?

– Perdoná que te moleste a esta hora – intentó empezar, pero la tuve que interrumpir.

– ¿Quién es?

– Yo, la mamá de Agustín – dijo sobresaltada y la información me empezó a volver con lentitud a la cabeza –. Es por Mati. No pegó un ojo en toda la noche y dice que tiene miedo.

– ¿Mati?

– Sí – se rio –. Es chico, viste, pero está muy asustado. No para de decir que tiene miedo de que te pase algo – hizo un silencio para dejar que me riera yo también, pero no lo hice –. En fin, ¿podrás pasarlo a buscar? Si quieren, la próxima piyamada la hacen en tu casa, es que…

Pero yo había dejado de escuchar.

Alejé el teléfono de mi oreja y me asomé por la escalera. De pronto, una voz que no era la de mi hijo se pronunció desde mi habitación.

– ¿Papi? – Pausa, silencio. – ¿Estás ahí?


Ezequiel Martinez Wagner

Registrado en la DNDA, Julio 2022

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